(Publicado en La Voz del Sur el 13 de febrero 2020)
Yo también soy agricultor, porque en estos tiempos que
vivimos todo está estrechamente ligado.
Nada ni nadie vivimos en islas separadas del resto, ni
podemos ocultarnos en nuestra caverna privada, aunque algunos es lo que predican
y quisieran para sí mismos.
Todo es transversal, en un planeta globalizado que se nos
queda pequeño, cualquier acción en una parte del mundo, en una actividad, en un
proceso extractivo, en cómo se gestionan los recursos o residuos allí, afecta a
todas las personas por igual aquí, incluso añadiría, a todos los seres vivos.
Yo también soy agricultor, cuando como consumidor, elijo uno
u otro alimento.
Al mirar el etiquetado de procedencia, doy mi voto en forma
de dinero, a los agricultores cercanos, a aquellos que son de la comarca donde
vivo, intentando huir de los espárragos made in China o Perú, de las naranjas
sudafricanas, de las patatas rrgentinas o del aceite marroquí.
Yo también soy agricultor, cuando como consumidor doy la
espalda a productos provenientes de regadíos imposibles, esa huerta murciana
que produce miles de lechugas diarias que ningún trasvase podrá mantener en el
tiempo, esos frutos rojos que desecan los acuíferos de nuestra emblemática
Doñana.
Yo también soy agricultor cuando rechazo en la medida de lo
posible esas frutas y hortalizas de Aragón que colmatan de nitratos
provenientes de la agricultura intensiva las aguas del Ebro, esos productos de
la huerta que contienen el grito de angustia de un Mar Menor que fallece ante
nuestros ojos, víctima de pesticidas y fertilizantes químicos.
Yo también soy agricultor cuando no elijo productos
procedentes de monocultivos de aguacates, que han dejado atrás las múltiples
variedades autóctonas de la huerta malagueña.
Yo también soy agricultor cuando rechazo la esclavitud a la
que se somete a las personas que recogen las cosechas en los invernaderos
almerienses, condiciones infrahumanas en largas jornadas bajo el mar de
plástico a más de 50 grados de temperatura, vergüenzas que se reproducen en
Huelva con sus fresas de sangre, sudor y lágrimas, de aquellas que no tienen
voz.
Yo también soy agricultor cuando rechazo públicamente los
tratados de comercio de la Unión Europea con otros estados o regiones del
mundo, esos que en forma de embudo, se fabrican anchos para las multinacionales
de la alimentación con todos los derechos y ningún riesgo para su inversión, y
estrecho para las cooperativas o familias de agricultores que nadan
contracorriente en un río de dificultades para llegar a fin de mes haciendo
frente a todos los pagos requeridos.
Yo también soy agricultor cuando reclamo una Política
Agraria Común (PAC) que premie a quien nos alimenta y no a quienes son
terratenientes de tierras en baldío permanente, que apueste por apoyar
alimentos saludables, ecológicos, de cercanía, en pequeñas cooperativas o
empresas familiares, y no al modelo agroindustrial que además de consumir
ingentes y finitas cantidades de agua y energía, contamina acuíferos con
fertilizantes y herbicidas, estresando a la tierra de tal modo, que en pocos
lustros quedará infértil para las siguientes generaciones.
Yo también soy agricultor cuando no compro ningún alimento
transgénico, ni producido con aceite de palma que deforesta vastas regiones de
bosques en el planeta con su monocultivo intensivo, dejando huérfana de
biodiversidad toda la zona.
Yo también soy agricultor, sí, trabajo un pequeño huerto
ecológico al que cuido y mimo, que me cuida y mima, desde la reciprocidad
roteña de su mayetería.
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