(Publicado en La Voz del Sur el 12 de marzo de 2020)
Las amenazas suelen ser el principio de
grandes oportunidades de cambio, o todo lo contrario, pueden sumirnos en una
densa niebla que dure décadas de marasmo.
También son
buenos momentos para reflexionar como gestionamos nuestra sociedad.
Por ejemplo,
esta crisis sanitaria nos debe
servir para repensar si apostamos por un sistema sanitario privado, que no
atiende la salud de las personas sino sólo sus intereses económicos, o bien
apoyar, sin contar décimas de deuda ni de duda, a una mejor cobertura sanitaria
pública, con más medios técnicos y humanos, ahora desbordados por los recortes
de décadas pasadas.
Si cada vez
somos más población, y en España más envejecida por nuestra pirámide inversa
demográfica, parece palmaria que la apuesta debe ir en un sentido de aumento de
plazas en hospitales, de presupuestar más gasto en cuidados, de cuidar mejor a
nuestros profesionales sanitarios, y no todo lo contrario, como se ha hecho
hasta ahora.
Las personas afectadas por el coronavirus sólo pueden acudir a centros públicos, tengan o no cobertura privada, porque ésta no atiende casos en pandemias, ni de terrorismo, ni de guerras, ni de nada que esté exento en la póliza suscrita que haga mermar sus beneficios, lo que nos lleva a ver hospitales públicos atestados, donde se suspenden las citas y operaciones del resto de afecciones, y hospitales privados vacíos, que digo yo, algo deberían aportar dado que se llevan parte de nuestra carga impositiva de regalo.
Evidentemente
si algo no funciona bien ni cumple las expectativas debería simplemente
desaparecer.
Curioso también podría ser el
camino inverso de la emigración,
donde países antes creadores de vallas más altas y muros más anchos, para
evitar la entrada de personas que huyen del virus de la guerra, del virus del
cambio climático o del virus de la miseria inducida, atrincherando ahora tras
sus fronteras a sus conciudadanos, obliguen a éstos a migrar en dirección sur,
donde el virus sanitario aún no prolifera, y se encuentren esas barreras de la
insolidaridad que durante décadas hemos creado y fortificado.
Seguramente no se llegará nunca
a dar ese escenario, lo cual no debe dejar de hacernos reflexionar al respecto,
porque en cualquier momento, todos podemos ser migrantes por diferentes causas
sobrevenidas y ser tildados de culpables en otra nación, pueblo o región.
La solidaridad no entiende de fronteras, es una cualidad que nos hace
humanos.
Uno de los
sectores más afectados por la crisis sanitaria es el de la aviación; la bajada de pasajeros aéreos es brutal, tanto que
algunos vuelos han seguido operando vacíos durante semanas, para no perder las
empresas sus derechos de salida (SLOTS).En un mundo de locura
crecentista cualquier cosa es posible. Ayer sin embargo, la
Comisión Europea ha cancelado la normativa de concesión de Slots hasta nuevo
aviso, dadas las cancelaciones de vuelos en todo el continente. Ya no habrá tantos "vuelos fantasma", eso que
gana el medio ambiente y es claro ejemplo de que cuando se quiere, se puede cambiar
la normativa, la ley, la regulación, de un día para otro.
Hablando de medio ambiente, los confinamientos de
personas en sus domicilios ordenados en algunos países o regiones, los cierres
de escuelas, las recomendaciones del teletrabajo, las prohibiciones de vuelos,
o las suspensiones de eventos deportivos o culturales, han derivado en una
bajada drástica de emisiones contaminantes, lo cual me lleva a preguntarme si
el coronavirus es más, menos o igual de peligroso que la crisis climática ,
ecológica y ambiental, declaradas oficialmente en muchos ayuntamientos,
comarcas, regiones y estados.
¿Por qué a
pesar de las recomendaciones científicas para rebajar las emisiones de CO2,
nunca se han tomado medidas como las que estamos ahora observando?
El coronavirus
pasará, o no, tendrá mutaciones, quizás, o bien será un nuevo virus el que nos
azote dentro de unos años como ya lo hicieron otros antes, pero el Cambio Climático es una certeza
científica, y nunca gobierno alguno, ha sido capaz de identificar las medidas
necesarias para al menos paliar sus efectos.
Es hora de
repensar y actuar al respecto, porque como vemos diariamente, tanto Europa como
los países afectados, están tomando medidas económicas paliativas ante la
situación actual, y por tanto es posible mantener en el tiempo decisiones de
calado que cambien profundamente las columnas que sustentan una sociedad que
colapsa, y puedan al menos mantener las estructuras socio económicas en pie,
antes que el derrumbe, cual fichas de dominó, sea el efecto de la causa.
La economía mundial está en shock porque
la globalización de la miseria para mayores beneficios de las grandes empresas,
deslocalizó la producción y la aglutinó allí donde los derechos sociales y
ambientales ni se regulan ni se cumplen.
Relocalizar la producción en cercanía y generar valor añadido en las comarcas es la solución a corto y medio plazo.
Relocalizar la producción en cercanía y generar valor añadido en las comarcas es la solución a corto y medio plazo.
Porque quizás
el coronavirus nos haga despertar de nuestro sueño del crecimiento infinito,
observando que la relocalización de nuestra producción, con salarios dignos y
condiciones de trabajo justas, es el mejor antídoto ante cualquier crisis, no
sólo sanitaria, también ecológica, climática y ambiental.
La única cura
posible para un sistema que colapsa, porque está basado en la utopía del crecimiento
infinito en un planeta finito, no es la de crear deuda económica, ecológica y
ambiental a las siguientes generaciones (la deuda asciende ya al 330% del PIB
mundial), la cura se llama decrecimiento,
y se debe convivir con él, generando alternativas para vivir mejor con menos,
apostando por el consumo de cercanía, y fomentando medidas que distribuyan la
riqueza desde la solidaridad.
No es sólo el coronavirus el problema, es la incapacidad del organismo, para sobrevivir sin producción creciente continuada.
Salir reforzados ante la amenaza, o sucumbir
de nuevo ante los mercados y grandes multinacionales, ¿qué preferimos?
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