(Publicado en La Voz del Sur el 19 diciembre de 2019)
Este artículo debe
ser leído con mente amplia, aquella que reflexiona sobre las relaciones causa
efecto, intenta aprovechar algo de su lectura, pero nunca como catecismo de
obligado cumplimiento.
Al fin y al cabo para
ser un buen ecologista debemos tener algunas contradicciones, de lo contrario
nos convertiríamos en “talibanes” de la ecología, y los extremos nunca son
buena opción.
Se acercan unas
fechas en las que las tradiciones nos pasan por encima. A veces sin quererlo o
simplemente sin darnos cuenta, los hábitos adquiridos como norma, se imponen a
cualquier acto diferente y diferenciado.
Vamos a reflexionar
al respecto del consumo, dieta y regalos en navidades y sus diferentes impactos.
No queda muy lejos la
COP25 celebrada en Madrid, y en ella se ha debatido ampliamente sobre los
cambios en el paradigma de nuestra sociedad a los que debemos hacer frente si
queremos no colapsar.
Impactos en el clima y el medio ambiente
Nuestra alimentación
es una parte fundamental en dicho cambio, y la ingesta copiosa de estos días,
uno de los posibles hábitos a cambiar.
Elegir productos de
temporada, cercanos, de producción ecológica puede disminuir enormemente
nuestro impacto en el clima.
La ganadería es, según la
Organización Mundial de la Alimentación y Agricultura (FAO),el sector con más
impacto, responsable del 14.5% de los gases de efecto invernadero emitidos por
las actividades humanas a nivel planetario. Suponen el 5% de las emisiones
mundiales de CO2, el 44% de las de metano (más que las explotaciones mineras,
petróleo y gas natural) y el 53% de las de N2O, teniendo estos últimos dos
gases un efecto invernadero más elevado que el CO2.
Por tanto disminuir la
ingesta de carne sería de gran ayuda.
Así mismo mirar en el
etiquetado el lugar de procedencia de pescados y mariscos, tan demandados estos
días, ayuda disminuyendo las emisiones si su lugar de origen coincide o es
cercano al lugar de celebración.
Sí, el precio del marisco
o pescado proveniente del pacífico o del Índico, quizás sea menor que el de
nuestras costas Atlánticas, pero su coste sin duda es mayor, y además
contribuiremos a distribuir la riqueza entre nuestros vecinos, en vez de
empobrecer aún más a quienes al otro lado del mundo se ven obligados a
esquilmar sus caladeros por sueldos míseros, en condiciones laborales penosas.
También el flujo de
regalos de todo tipo es una cuestión cultural ligada a esta época del año, y al
igual que con la alimentación, elegir leyendo el etiquetado se antoja
relevante.
Productos baratos de
importaciones lejanas aumentan la huella ecológica, así como el envasado con
numerosas capas de plásticos, y el consabido envoltorio de papel, cuya vida
útil apenas dura los escasos 30 segundos en que se mantiene la sorpresa hasta
descubrir el regalo y desecharlo.
Tener en cuenta que el
papel tarda un año en descomponerse y la bolsa de plástico para entregar el
regalo entre 10 y 20 años.
Impactos en la salud
No sólo lo anterior queda
en el debe del planeta, también en el de nuestra salud.
Retomando los tiempos de
descomposición de cada material, y sabiendo que sólo entre un 10 y un 20 % se
recicla y poco se reutiliza, nuestra salud se verá afectada durante décadas por
todos los desechos que se producirán en las próximas semanas, dado que los
plásticos no desparecen sino que se convierten en microplástico que llega a
nuestro cuerpo a través de la ingesta de animales como los peces que se han
alimentado de ellos, e incluso según los últimos estudios, a través del agua,
ya sea embotellada o de grifo.
Además el sobreconsumo de
carne, no sólo en estas fechas, es nocivo para la salud, y es responsable de
enfermedades como la diabetes y la obesidad, entrañando cada vez más riesgos
sanitarios por el uso masivo de antibióticos en animales por la industria ganadera,
siendo el límite recomendado según la Organización Mundial de la Salud (OMS),
de 25 kg por persona y año.
Otro problema añadido en
la alimentación típica navideña es la contaminación por metales pesados en
nuestros océanos, como por ejemplo el cadmio, presente en las cabezas de
mariscos tan usuales en estas fechas como gambas, langostinos, carabineros,
cigalas, etc.
Tal es la magnitud del
problema que la Dirección General de Sanidad y
Protección de los Consumidores (DGSANCO) de la Comisión Europea ha
enviado esta misma semana una recomendación a los países que tienen, tenemos,
la costumbre de chupar las cabezas de los mariscos, para dejar de lado dicha
costumbre por nuestra propia salud.
Impacto en los animales
El impacto de la industria
ganadera sobre los animales es intorelable.
Cada año a nivel mundial
se sacrifican más de 60.000 millones de animales
terrestres para el consumo humano. Solo en España, se sacrifican tantos
cerdos como habitantes hay en nuestro país y tantas aves de corral como
habitantes tiene la Unión Europea. En este modelo dominado por las grandes corporaciones, los animales son desde la
cuna hasta el plato meras cosas y mercancías al servicio de una máquina
económica voraz. La desvalorización y desensibilización de los animales, así
como la negación social de que esto ocurre a gran escala prevalecen frente al
bienestar y los derechos de los animales.
Así mismo, más de 1 billón
de animales marinos se pescan y muchos de ellos se desechan antes de llegar a
las lonjas, por no tener salida comercial a pesar de tener cualidades
proteínicas que nos alimentarían.
Todo ello aumenta a
diario, y más en estas fechas, el fin de la pesca tal y como la ha conocido el
ser humano durante siglos, quedando a la producción intensiva en vez de en
acuicultura, muchas de las piezas que llegan a nuestros platos, y como pasa con
la carne, con antibióticos en su interior dadas las reducidas dimensiones en
los lugares de cría, como muchos de los ejemplares de langostinos que llegarán
a nuestra mesa desde el sureste asiático, contribuyendo a la destrucción de
ecosistemas como los manglares, donde se crían para nuestra satisfacción al
paladar.
Hay alternativa
Como consumidores,
tenemos en nuestras manos la posibilidad y responsabilidad de abrazar una dieta
con menos carne y sustituir de forma gradual las proteínas de origen
animal por las de origen vegetal. Para ello, es fundamental incentivar social y
económicamente el consumo de legumbres, fomentando los huertos urbanos y
escolares, los grupos de consumo, el etiquetado de proteínas vegetales y el
trabajo conjunto con los especialistas en nutrición.
Debemos poner en marcha
una transición hacia un nuevo modelo agrícola que privilegie la
producción ecológica de proteínas vegetales y, la ganadería y acuicultura
extensiva, ecológica y local.
Esto supone reorientar la
Política Agrícola Común hacia una política agrícola y de alimentación que
incluya el incentivo hacia la producción y el consumo de alimentos saludables y
sostenibles de origen vegetal.
A nivel local,
debemos fomentar políticas para que desde un punto de vista
nutricional, nuestra dieta contenga “menos animal, más vegetal”, a través
de los comedores escolares, los catering colectivos y públicos, contar con
guías municipales de restaurantes con opciones vegetarianas, influir en la
“compra verde” e impulsar los mercadillos municipales, dando apoyo a
la ganadería ecológica de pequeña escala.
Todo ello nos ayudará a
cambiar nuestros hábitos de alimentación, no sólo en esta época, sino durante
todo el año.
Y sí, los regalos son una
estupenda manera de tejer redes de amistad, pero recuerda siempre que hay
mercados justos, ecológicos y sostenibles, no sólo existen las grandes
superficies, y al fin y al cabo, el envoltorio es lo de menos, lo más importante
es el cariño que demuestras ante la persona a la que regalas cualquier
presente.
Deseo a todos los lectores
de La Voz del Sur pasen unas felices fiestas y que 2020 nos traiga una sociedad
más verde, por el bien de la salud y el empleo en el presente, así como ofrecer
una opción vital a las siguientes generaciones.
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